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Alfredo Elías Kohon

 

                Alfredo Elías Kohon, había nacido  22 de marzo de 1945 en Pueblo Cazes - Colonia San Antònio,  una pequeña localidad del departamento Colón, Entre Ríos,  pero vivió su infancia en San Salvador y juventud en Concordia.

                 Para algunos un capricho del destino, para otros una razón mucho más terrenal atribuida a una  pifia del empleado del Registro Civil, lo cierto es que Alfredo era el único Kohon de la familia Kohan.

                 En aquella pueblerina Concordia, Alfredo amó, rio, caminó, y sufrió como todos los mortales.

                 A mediados de la década de los sesenta, se fue a Córdoba a estudiar ingeniería, pero la historia lo arrastró, como a cientos de jóvenes de aquellos tiempos, a militar en una organización armada.

               Fue  integrante del “Comando Santiago Pampillón” y uno de los fundadores de la FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) y participó en el grupo que en  diciembre de 1970, asaltó la sucursal del Banco de Córdoba.

                  Alfredo, cayó preso junto  a sus compañeros.

                  Tiempo después, fue trasladado al penal de máxima seguridad de Rawson.

                   Los memoriosos, aquellos que son capaces de transformar los retacitos de recuerdos en historia, dicen que por su honestidad brutal, su seriedad y su bondad, sus compañeros  le llamaban “la vieja”.

 

               ¿Qué procesos históricos, políticos y sociales, qué historias personales y familiares llevaron a miles de jóvenes a optar por la lucha armada?

            ¿Qué hizo que aquel muchacho “más bueno y honesto que la vieja”, se convirtiera en un militante dispuesto a matar o morir por una causa?

             ¿Qué retazos de memoria, que pedacitos de la historia de aquellos pibes que dieron su vida por un mundo mejor,  quedan guardados en una madre, una hermana, un amigo, que partecitas quedan escritas en la historia del pueblo?

 

                Lo que sigue, es historia más o menos conocida, Alfredo y sus compañeros presos en  el penal de Rawson, son capturados tras un intento de fuga, y trasladados  a la Base Aeronaval Almirante Zar, una dependencia de la Armada Argentina, próxima a la ciudad de Trelew, donde serán cobardemente fusilados por miembros de la marina.

 

             Cuarenta años después, y gracias a la lucha tenaz de familiares y amigos de las víctimas, el Tribunal Federal de Comodoro Rivadavia resolvió condenar a prisión perpetua a algunos de los responsables de aquella masacre y declarar a los crímenes cometidos como de «lesa humanidad».

 

             Nuestro pueblo, ha transitado muchos inviernos y algunas pocas primaveras desde aquellos tiempos en que Alfredo y tantos jóvenes, mujeres y hombres como él, eligieron las armas como camino para derrocar a una dictadura y  construir un mundo diferente.

             Los tiempos han cambiado un poco, pero solo un poco,  ya no hay, al menos por estos lares, dictaduras crueles que justifiquen que un pueblo se levante en armas.

                 Sin embargo, las injusticias profundas de un sistema que alimenta hasta reventar las barrigas y los bolsillos de unos pocos,  a costa del hambre y la explotación de otros muchos, la depredación,  la explotación, la intolerancia, el sálvese quien pueda,  siguen siendo parte de este mundo,  de este mismo mundo capitalista, al que soñaban transformar aquellos jóvenes.

             Es probable que la lucha armada ya no sea la alternativa, el tiempo y la historia, nos han demostrado que la democracia es un camino  arduo e intrincado, pero quizás, un poco menos doloroso.

                Los tiempos, los métodos, las estrategias han cambiado, como ha cambiado el mundo, pero la causa de Alfredo y de aquellos miles de jóvenes continúa vigente.

                   La construcción de un mundo  mejor, sigue siendo el desafío.

              El pueblo , consciente y organizado, es el  único capaz de hacer realidad el sueño de aquellos jóvenes, de concretar los ideales de ese muchachito entrerriano al que sus compañeros querían entrañablemente, por ser más honesto que la vieja.

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