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Lección I (Para la cátedra de Historia Latinoamericana)

El día en que el General conoció aquello

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1815- Banda Oriental (hoy Uruguay):

 

  Sentado sobre una cabeza de buey y rodeado de una docena de oficiales andrajosos, el General José Gervasio Artigas, Protector de los Pueblos Libres, referente indiscutible de los gauchos, negros e indios del “Nuevo Mundo”, dictaba los decretos revolucionarios de su gobierno.

Aquel hombre influido por las ideas reformistas de la España de Campomanes y Jovellanos, el Contrato Social de Rousseau, y la enorme experiencia de haber convivido con su pueblo desde que era botija, allá en la Banda Oriental, parecía saber muy bien lo que hacía:

  -Una reforma agraria con la que quitaba de manos de los terratenientes- para darle al pueblo- el principal medio de producción de una economía inminentemente agrícola-ganadera y exportadora de materia prima.

  -Un reglamento aduanero proteccionista, que gravaba con impuestos las mercancías traídas de la Europa industrial y favorecía el comercio regional, tal cual lo había previsto Mariano Moreno en su Plan de Operaciones de la Revolución de Mayo, apenas unos años antes.

  -Libre navegación de los ríos interiores, para romper con el monopolio comercial de las burguesías portuarias.

  -Un proyecto de unidad de la Patria Grande, basado en un acuerdo ofensivo-defensivo que comprendía a gran parte de lo que hoy es Latinoamérica.

-Una forma de democracia mucho más cercana a la participación directa y asambleística, que a la representación burguesa, que tanto enorgullecía a los europeos y porteños de la época.

  -La revocatoria de mandato y la soberanía popular resumida en su célebre frase:

  “Mi voluntad emana de vosotros y cesa ante vuestra presencia soberana”

Para poner en práctica aquel programa, el intrépido Protector y sus montoneras, debieron enfrentarse a punta de lanza y casi simultáneamente al imperio español, al portugués -instrumento a su vez de la corona británica- y a la oligarquía portuaria.

  Nunca había escuchado hablar de relaciones de producción, plusvalía o lucha de clases, pero aquel hombre estaba tocando, sin saberlo (o sabiéndolo muy bien), los intereses medulares del incipiente sistema capitalista.

El juego de pinzas al que se vio expuesto fue demasiado, aún para la fuerza y la destreza de aquel hombre y sus valientes y fieles seguidores; el General vencido y traicionado, se retira cabizbajo, pero orgulloso, hacia un exilio interno que duraría treinta años...

 

  1850- Ibiray- en las afueras de Asunción- Paraguay:

  Aquel hombre que había hecho temblar a los infiernos, se había convertido ahora en un octogenario ancianito de largos rizos blancos, poncho paraguayo y un sombrero de paja alto. Solo le bastaba para vivir: un puñado de mandioca, un poco de agua, un paseo diario en su caballo “Morito” y la compañía de su fiel servidor el negro Joaquín.

  Sin embargo, el General no estaba del todo terminado, a menudo recibía visitas y ofrecimientos de cargos de parte de funcionarios del gobierno paraguayo de López. También solían frecuentarlo familiares, algunos viajeros venidos de Europa, e incluso algunos de aquellos que habían sido otrora sus enemigos porteños.

  No se sabe muy bien quién le trajo aquel libro, ni tampoco quién pudo habérselo leído en perfecto inglés y traducírselo al español, pero lo cierto es que el anciano Don José escuchó con mucha atención aquellas palabras:

“Toda la historia de la sociedad humana hasta nuestros días es una historia de lucha de clases.

  Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social, o al exterminio de ambas clases beligerantes...”

  -¡Que los parió!- exclamó el viejo Artigas con sorpresa.

“...la moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido los antagonismos de clase...”

-¡Siga, siga!- Ordenaba exaltado el general al ocasional lector, mientras sus cansados ojos se agrandaban de la sorpresa.

“...La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América... ”

  Se lo veía cada vez más excitado, al punto de inquietar a Joaquín y al visitante.

Artigas no paró de exclamar hasta escuchar el final de aquel extraordinario libro:

  “¡Proletarios de todos los países. Uníos!”1

El general dio un grito inusitado y profundo, como si fuese un sapucay, se calmó, guardó aquel libro debajo de la almohada, saludó amablemente al ocasional visitante que ya se retiraba en compañía del negro; y se sumió, plácidamente, en uno de sus últimos sueños...

 

 

 

 

  Nota del autor:

Lo expresado en este relato se ajusta estrictamente a narraciones históricas, con excepción del último episodio en el que Artigas conoce el Manifiesto escrito por Marx y Engels en 1848, digresión que solo existió en la imaginación del autor.

  Es altamente improbable (o no) que el mencionado libro haya llegado realmente a manos de Don José, pero no deja de ser un recurso literario o una licencia menor, al lado de las fantasiosas y crueles mentiras que la historia oficial, escrita por Mitre y su secuaces, acuñó en relación a Artigas.

 

 

 

 

1 Marx-Engels, “Manifiesto Comunista”, editado por primera vez en 1848.

 

          De: “Crónicas de ayer, hoy y mañana”, Juan Menoni, Panza Verde, 2012.


 

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