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Julia.

Breve historia de amor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Higuera. Valle Grande. Octubre de 1967.

 Julia Cortez, una morena de ojos verdes y de apenas unos veinte años, era la maestra de la escuelita rural de La Higuera.

  Algo le decía  que debía conocer a aquel hombre bruto, agresivo y atrevido. Ese legendario asesino, que después de ser ministro de un país donde los barbudos se comen  a los niños, comandaba una tropa de bandoleros que asolaba la zona desde hacía un tiempo, y que el día anterior, había sido tomado prisionero.

  Julia, se hizo llevar a la escuela por su propia voluntad, al fin y al cabo, esa era su segunda casa, y ahí estaba detenido un criminal. Su deber era estar en el lugar, conocerlo.

  El Che, la miró a los ojos, la maestra no se amilanó – y aunque con alguna dificultad-  mantuvo firme su mirada sobre la de aquel sujeto.

  -¿Qué hace aquí un hombre  tan importante?- Dicen que preguntó la maestra.

  -¿Qué hace aquí una mujer tan linda? Dicen que respondió el Comandante.

A esa altura, Julia bajaba la mirada para hablarle.

  -Conque usted es la maestra. Afirmó el Che.

  -Hay un error de ortografía. ¿Sabe usted que no hace falta acento sobre el "se" en la frase "Ya sé leer"?- Dijo señalando una lámina que colgaba de la pared.

  -En Cuba no existen escuelas como ésta. Parece un calabozo... ¿Cómo pueden estudiar los hijos de los campesinos aquí? Es antipedagógico... Dicen que  agregó.

  -Nuestro país es pobre. Replicó Julia.

  -Pero los funcionarios del gobierno y los generales tienen automóviles Mercedes y abundancia de otras cosas… ¿verdad? Eso es lo que nosotros combatimos. Respondió Guevara.

  -Usted ha venido a matar a nuestros soldados. Retrucó la maestra.

  -En la guerra se gana o se pierde. Sentenció él.

  A lo largo de la charla, aquel hombre dejó de ser un forajido, para convertirse en un joven tierno, dulce,  y con una mirada que parecía la del mismísimo Jesús.

  Era la última comida.

  Julia, le había llevado sopa.

  Tengo la certeza de que a la maestra le costaba mirarlo, porque lo deseaba. No tengo dudas de que el Che, la desnudaba con los ojos.

  El encuentro debe haber sido muy intenso,  muy profundo, era el primero y el último, los dos lo sabían.  Estoy seguro que si hubiesen podido, se hubieran amado desenfrenadamente.  

  Julia, se fue antes  del mediodía, dicen que él volvió a llamarla.

  Revelarle un secreto de estado, confesarle su amor...vaya uno a saber que quería el Che.

  Cualquiera de las dos cosas, hubiese sido una carga muy pesada para la joven maestra de la escuelita de La Higuera. Al fin y al cabo, se trataba de uno de los hombres más famosos del mundo.

  La mujer se negó a asistir a la segunda cita.

 

  Domingo 9 de octubre de 1967.

 01:10 PM.

 

  La maestra escuchó la sucesión de disparos. Su corazón pareció detenerse por un momento.

  Varios de los testimonios coinciden en asegurar que el Che, cayó al suelo con las piernas destrozadas. Contorsionaba, mientras su sangre regaba las paredes de la escuela.

  Una nueva ráfaga le alcanzó un brazo, el hombro y el corazón.

  Era demasiado, aún para el más fuerte y más valiente de todos.

  Como si fuera poco, los verdugos siguieron disparando para matarlo bien muerto, el miedo a la resurrección era, en el fondo, un reconocimiento de su grandeza.

  Finalmente, el hombre dulce, inteligente y con la mirada de Jesús, había muerto en manos de aquellos judas bolivianos. Torpes, pero eficaces agentes del imperialismo.

  Dicen que Julia les gritaba - ¡Asesinos!... ¡Asesinos!

 

 

De "Próceres sin Bronce. Contramanual de Historia de la Patria Grande".

 

 


  

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